Para tener una mejor relación con la comida, cambia tu discurso interno
El diálogo interno. Es una habilidad en la que confían los atletas y empresarios de éxito para vencer las dudas e inyectar una gran energía a los momentos más difíciles. A muchos les sirve para mejorar su rendimiento en el trabajo o en los entrenamientos diarios. No obstante, son pocos los que confían en su diálogo interno para fomentar una relación sana con la comida y, por lo tanto, con ellos mismos.
Es muy probable que, aunque practiques el diálogo interno positivo en otras áreas de tu vida, llegues a caer en la trampa de clasificar la comida como "buena" o "mala" y que te culpes cuando comes esta última. Para Kelly Newsome Georges, entrenadora de cuidado personal, "la mayoría de nosotros estamos condicionados desde la infancia a juzgar la comida a partir de una perspectiva restringida y crítica".
Si te dijeron que con el brócoli te pondrías grande y fuerte, no te extrañe que esa verdura esté en la lista de las buenas. Ahora bien, si tus padres nunca te dejaron comer "comida chatarra" o, peor aún, la relacionaban con el aumento de peso, es probable que hayas adquirido una lista bastante mala. El dicho "somos lo que comemos" no hace más que echarle leña al fuego, dice Newsome Georges, pues puedes empezar a interiorizar que eres bueno si comes comida buena y malo si comes cualquier otra cosa.
El problema en este caso, aparte de la posibilidad de volverte obsesivo o restrictivo con lo que comes y con lo que no (un tema para otro día), es que el lenguaje que empleas con respecto a la comida puede tener un impacto duradero en tu propia imagen y en tu autoestima, dice Alanna Gardner, terapeuta matrimonial y familiar diplomada en Filadelfia. Si crees que eres débil por comer una segunda rebanada de pastel de cumpleaños o que necesitas ir al gimnasio para "quemar" el burrito que comiste en el almuerzo, en realidad estás poniendo un valor a tus elecciones alimenticias y castigándote por tomar las "malas", agrega Newsome Georges.
Esa mentalidad no hace más que alimentar la vergüenza y hacer que te sientas menos empoderado, lo que puede provocar que te resulte más difícil cumplir con tus objetivos de bienestar, ya sean nutricionales o de otro tipo, (el mito de comer y hacer ejercicio no funciona así). Además, es posible que sientas menos confianza en ti mismo y tengas una sensación de fracaso, lo que puede tener un efecto negativo en todas las facetas de tu vida.
¿Crees que es algo que te gustaría evitar? Nosotros pensamos que sí. Estos consejos pueden ayudarte a analizar esa conversación en tu cabeza y orientarla en la dirección correcta, para que puedas comer bien y sentirte aún mejor.
1. Replantea lo "bueno" frente a lo "malo"
En lugar de etiquetar los alimentos enteros y ricos en nutrientes como buenos y los dulces o los bocadillos salados como malos, toma en cuenta los beneficios que ofrece cada uno. Por ejemplo, un brownie sabe muy bien, al igual que los arándanos, que aportan vitaminas, minerales y antioxidantes. De esta forma, piensas en términos positivos (llámalo "bueno" frente a "mejor", si eso te ayuda), lo cual te permitirá disfrutar de los antojos ocasionales en lugar de culparte por ellos, comenta Gardner. Asimismo, te dirige de forma natural hacia la opción más saludable con mayor frecuencia, porque sus ventajas están presentes en tu mente.
2. No compares
Cuando tu pareja comienza a comer más verduras y tú te preocupas porque no estás comiendo las suficientes, o tu amiga publica una foto de algo sabroso en las redes sociales y tú piensas: "¿Por qué no puedo ser como ella y comer lo que quiera?", acuérdate de que estás en un viaje de bienestar único, dice Gardner. De lo contrario, corres el riesgo de entrar en una espiral de autodestrucción aunque estés haciendo progresos reales en tus hábitos alimenticios. Y comenta que, es muy probable que pierdas parte de la alegría que sientes cuando comes exactamente lo que quieres, ya sea una malteada de proteínas o un plato de helado.
3. Encuentra una sola cosa buena
Cuando veas tu comida, no digas: "esto tiene muchas calorías" o "no debería comer esto", intenta buscar un aspecto positivo, dice Newsome Georges. Supongamos que tienes prisa y desayunas cereales en lugar de avena cortada. En lugar de pensar: no hay nada tan "malo" como recurrir a los cereales procesados, concéntrate en las bayas y en los plátanos que pusiste encima y di: "estoy buscando el equilibrio en mis elecciones alimenticias". Si no estás añadiendo fruta, concéntrate en agradecer por tener comida para alimentarte o por cómo la comida te conecta con las personas que ayudaron a que fuera posible, recomienda Newsome Georges. Esta forma de pensar puede ayudarte a trabajar para tener un diálogo interno positivo por defecto, además, según dice, te anima a hacer más y más elecciones saludables.
4. Busca un poco de espacio
En un estudio publicado en "Clinical Psychological Science", las personas tomaban decisiones alimenticias más saludables cuando se hablaban a sí mismas en tercera persona o a lo que los expertos llaman "diálogo interno distanciado". ¿La teoría? La distancia psicológica puede servir para entender cómo un determinado alimento se alinea (o no) con tus objetivos más importantes, lo que hace más fácil descartar una cupcake si no forma parte de tu plan de alimentación. Así que cada vez que tengas problemas para controlar tu diálogo interno con respecto a la comida, prueba a decir simplemente tu nombre (en silencio) junto con tu intención, así: "(tu nombre) come alimentos que lo nutren y le dan energía".
Puedes crear un espacio adicional si eres sensible y curioso con respecto a tu diálogo interno, dice Gardner. Cuando pienses: "hoy comí muy mal", cuestiónalo. Analiza lo que hayas comido y verás que realmente pudiste comer todas las verduras o que no te excediste con el pan en la cena. Y si comiste peor de lo que pretendías, simplemente aprovecha ese conocimiento como motivación para comer mejor mañana, dice.
Lo mejor del diálogo interno es que tienes un control total sobre él. Empieza a perfeccionar el tuyo poco a poco y podrás romper el panorama negativo que aprendiste de niño, y con suerte, algún día, modificarlo para la siguiente generación.